Unidad 8.- Herbert Marcuse y la Escuela de Fráncfort.

Unidad 8.-    Herbert Marcuse y la Escuela de Francfort.

 
CULTURA DE MASAS Y CULTURA AFIRMATIVA DENTRO DEL CONFLICTO INDIVIDUO Y SOCIEDAD.
UNA APROXIMACIÓN DESDE LA TEORÍA CRÍTICA DE LA SOCIEDAD

Introducción
Unidad 8.-  Marcuse y la escuela de Fánkcfort

CULTURA DE MASAS Y CULTURA AFIRMATIVA DENTRO DEL CONFLICTO INDIVIDUO Y SOCIEDAD.
UNA APROXIMACIÓN DESDE LA TEORÍA CRÍTICA DE LA SOCIEDAD
Introducción
El conflicto individuo y sociedad constituye uno de los temas clásicos de la filosofía moderna, en especial de los filósofos  que consideraron la sociedad no como una necesidad originaria de los hombres, sino como el producto de un pacto o contrato entre individuos que, inicialmente, vivían aislados unos de otros. Dicho pacto buscaba, o bien superar (como lo sostenía Hobbes) la violencia y anarquía existente dentro del estado de naturaleza, o bien proteger (según Locke) la libertad civil y la propiedad, una vez que se iniciara algún conflicto que no se pudiera dirimir en el estado de naturaleza por la ausencia de jueces imparciales.
Más allá de las diferencias entre las teorías del contrato de Hobbes, Locke y Rousseau, acerca de las características propias del estado de naturaleza y las razones que daban origen al contrato social, coincidieron en que era necesario alcanzar una armonía entre los intereses de los individuos y los intereses sociales, entre la voluntad particular y la voluntad general, entre los ciudadanos y el Estado, que evitaba que los individuos entraran en situaciones de guerra de todos contra todos.
Así, Hobbes (1999) sostenía que, dada la escasez de recursos existentes en el medio, la condición antisocial y egoísta del individuo, la ausencia  de normas y de instituciones que las hicieran cumplir, el estado de naturaleza no sería sino un estado de guerra de todos contra todos.
Al seguir esta concepción, se observa cómo el peligro de muerte en el que se encontraba el individuo en dicho estado constituía el impulso que lo llevaba a establecer acuerdos con los otros; así, el pacto o contrato donde éstos deponían su poder individual y se lo entregaban a una instancia superior, Leviatán o Estado, encargado de limitar los impulsos destructivos, aseguraba la paz y la vida de los miembros de la sociedad.  En contraste, las condiciones anárquicas del estado de naturaleza serían sustituidas, tras el pacto o contrato, por el establecimiento de la vida en sociedad civil.

En contra de Hobbes, Locke (2006) negó que el estado de naturaleza fuera un estado de guerra; porque, si los hombres hacían uso de su razón no entraban en guerra unos con otros, pues,  si el estado de naturaleza tenía su origen en la competencia de los individuos por alcanzar los bienes escasos, la razón les permitía comprender que el derecho de posesión sobre las cosas dependía de si ellas eran o no el resultado de su trabajo. En este sentido, Locke (2006) consideraba la ausencia de magistrados en el estado de naturaleza como el problema fundamental, debido a que no se podían  dirimir los conflictos entre los hombres al convertirse ellos mismos en jueces de sus propias causas. De ahí que la ausencia de jueces imparciales constituya la causa de que los conflictos se desenvuelvan hasta convertir el estado de naturaleza en uno de guerra.  En medio de todo, el contrato social permitía asegurar la paz entre los miembros de la sociedad,  así como la creación de instancias jurídicas garantistas de la propiedad privada y la libertad.

Por su parte, Rousseau (1998) negó que la sociedad fuera la solución de nuestros males y, por el contrario, idealizó la condición de estado de naturaleza como aquella en la cual los hombres podían ser felices. El problema se inició, según él, con la aparición de la propiedad privada, cuyo desarrollo generó todo tipo de injusticias, desigualdades y conflictos. De ahí que el contrato social (Rousseau, 1998) debía asegurar la seguridad, la propiedad y la libertad; además,  del estatus  mínimo de igualdad entre los hombres. A través de la implantación de la voluntad general, que surgía tras los acuerdos alcanzados en el contrato social, se podían recoger y armonizar las diversas voluntades particulares y los respectivos intereses particulares de los miembros de la sociedad, en aras de un bien público que permitiese el vínculo y la convivencia social.

En el presente trabajo pretendemos resaltar cómo aspectos de la autonomía de la persona, donde se preservan las condiciones que hacen posible la existencia del pensamiento crítico, se diluyen en las formas cotidianas del consumo, en los hábitos y las costumbres de los sujetos y, en general, en las diversas manifestaciones de la cultura hegemónica de la sociedad de mercado, lo que genera un cierto déficit en las democracias liberales en detrimento del  desarrollo de una auténtica autonomía de la persona. En dicho sentido, consideramos que la búsqueda de cohesión social entre el Estado y el ciudadano en la sociedad contemporánea, a través de la mediación ejercida por las industrias culturales, ha terminado por convertir a la cultura en cómplice del debilitamiento de la crítica, la ausencia de reflexión y el poco desarrollo del pensamiento autónomo.



De acuerdo con lo anterior, se busca establecer cuáles son las funciones cumplidas por las dos ideas predominantes  de cultura (que a juicio de la Escuela de Frankfurt han existido en Occidente desde el siglo XVIII)  en el intento de mediar en el conflicto entre individuo y sociedad. Las dos ideas de cultura son: la cultura afirmativa y la cultura de masas. Para ese fin mostraremos: primero, la forma como está planteado el conflicto individuo y sociedad en la teoría de la cultura  de Freud, de quien heredó la Escuela de Frankfurt conceptos fundamentales para comprender los mecanismos de control y manipulación de masas. Entre ellos: represión, sublimación, introyección, psicología de las masas, entre otros.

Según la teoría de Freud (1997, pp. 217-235) en el individuo existen dos dimensiones caracterizadas por procesos mentales y principios diferentes.  Principios diferentes que tienen dimensiones tanto genética-histórica como estructural. Así, el inconsciente regido por el principio del placer abarca los más antiguos procesos primarios, fragmentos de una fase de desarrollo en los que constituía la única clase de procesos mentales.  Por su parte, el consciente se encarga de la adaptación del individuo a la realidad.  De acuerdo con esto, las aspiraciones de goce provenientes del principio del placer entran en conflicto con el ambiente natural y humano y el individuo llega a la traumática comprensión de que la satisfacción completa, no es posible sin sufrimiento, de que la adaptación al mundo externo requiere de una dolorosa transformación de sus necesidades instintivas. Entonces, en ese proceso el individuo aprende a sustituir el placer momentáneo, incierto y destructivo, por el placer retardado, limitado, pero seguro. De este modo, se va instituyendo en el aparato mental un principio opuesto al principio del placer, denominado principio de realidad.  A través de este, “el hombre desarrolla la función de la razón; aprende a tantear la realidad, y adquiere las facultades de atención, memoria y juicio (218).

El hecho de que el principio de realidad deba ser constantemente restablecido, evidencia que el triunfo sobre el principio del placer nunca es definitivo y absoluto. Más aun, originariamente, la adaptación del hombre al principio de realidad está basada en la promesa de que,  a través de dicho principio, puede alcanzarse una gratificación más segura de sus necesidades instintivas. De ahí infiere Marcuse la tesis según la cual la civilización desarrolla en el individuo habilidades y capacidades que (la memoria, para citar un ejemplo) pueden ser potencialmente antagónicas a la civilización represiva; pues, si la adopción del principio de realidad  es originada por la promesa de que es posible obtener, en el futuro, una satisfacción  más segura que la alcanzada en los tiempos de dominio del principio del placer; entonces, en el inconsciente se conserva el deseo reprimido, así como en la memoria se mantiene la promesa de la cultura.

Todas las restricciones impuestas por la cultura a los individuos mediante la represión de sus instintos, el dolor y el cansancio generado, históricamente, por las tareas del trabajo que sustentan  el desarrollo y el progreso de la civilización, han estado fundadas en las expectativas de que, al final tales sacrificios, serán compensados con mayores posibilidades de gozo y satisfacción.

Sin embargo, si la conclusión es como cree Freud: el progreso y desarrollo de la cultura se paga con el inevitable reconocimiento de que los individuos no pueden ser definitivamente felices dentro de la cultura, los sacrificios y sufrimientos realizados  a favor de la misma se tornan, cada vez, más injustificados e innecesarios.

Según Freud, esto explica que las masas se vuelvan ajenas y hostiles a cumplir las exigencias de la cultura, principalmente, en lo atinente a la realización de las tareas del trabajo y la inhibición de sus instintos (12). Se debe advertir que, si una sociedad ha renunciado a la posibilidad de gratificar a las grandes masas aunque éstas sean las creadoras con su trabajo de la riqueza existente, dicha sociedad se ve obligada a utilizar medios de represión adicional y diversas formas ideológicas para sostenerse legítimamente. En este orden de ideas, el gran logro de la sociedad industrial avanzada radica en la ampliación de las posibilidades de gratificación para las grandes masas, de modo que los individuos ya no parecen necesitar de la dolorosa y traumática transformación de sus instintos, enfrentándose a un mundo que no es esencialmente hostil,  ni contrario a la gratificación de sus deseos.

En su intento de aplicar las categorías freudianas, desde una dimensión socio-histórica, Marcuse terminó por ir más allá del pensamiento de Freud; pues, los dos conceptos básicos de la teoría freudiana: el principio de realidad y el concepto de represión adquieren, tras la historización realizada en Eros y civilización (2003), los nombres específicos de principio de actuación y plus-represión o represión excedente; es decir, los modos característicos del principio de realidad y del concepto  de represión de la sociedad industrial avanzada. Marcuse irá aún más lejos que Freud cuando introduce el concepto de desublimación-represiva.

Para Marcuse, los intereses de los individuos  alcanzan un nivel de coincidencia y armonía con los intereses generales, a tal punto que no se puede hablar en los procesos de socialización de un proceso psico-social como la introyección. Pues este concepto freudiano supone la existencia de una dimensión interior separada y hasta antagónica de la sociedad, un inconsciente individual lejano de la sociedad.  Esa dimensión interior del ser humano ha sido cercenada con la penetración de la sociedad a la alcoba y la disolución del pensamiento individual bajo la llamada opinión pública.

La sociedad como totalidad termina destruyendo los espacios necesarios para la elaboración del pensamiento autónomo. Éstos se caracterizan, principalmente, porque el individuo puede obtener de ellos la soledad y el silencio, concebidas como condiciones mínimas para la independencia del individuo de la sociedad. Tales espacios son limitados ahora por el desarrollo de los medios de comunicación de masas y las características propias de la vida urbana, caracterizada por la masificación de las viviendas y los  medios de trasporte, así como por el incremento masivo de  los centros de consumo.

Esta socialización del ambiente, independiente a la penetración del sistema social, genera un  incremento del dominio y el control ejercido por la sociedad sobre el individuo. Ahora, él se encuentra a merced del influjo, por decir menos, del poder de la sociedad de masas. Para Marcuse este proceso tiene unas consecuencias a nivel de la explicación de la teoría psicoanalítica, pues sus conceptos fundamentales, provenientes de la llamada estructura psíquica, se tornan caducos para poder explicar el conflicto individuo y sociedad.

Expliquemos esto con más detalle: Marcuse afirma que el conflicto fatal entre el individuo y la sociedad en la teoría de Freud, se desarrolla inicialmente en la confrontación del niño y el adolescente con el padre. Este último (el padre) se encarga de asegurar la subordinación del principio del placer al principio de realidad, pues el proceso  de la ciencia y las diversas actividades de la cultura. Entonces, para Marcuse (1995) la desublimación sería la satisfacción mediata y directa de las pulsiones; sin embargo, en tanto dicha satisfacción se limite por las restricciones del espacio (destrucción y conquista técnica de los valles y los bosques, las praderas y las montañas, los ríos y los mares) y el tiempo libre (reducido cada vez más en la sociedades de masas a tiempo de trabajo, tiempo de transporte y tiempo de consumo) en las que el individuo podría obtener placer, pasa a ser una satisfacción orientada por el principio de realidad de la sociedad desarrollada. Por esta razón, esa desublimación termina siendo una liberación de las pulsiones sin libertad. Esto se puede pensar hoy bajo las formas sublimadas anteriores de gozo y placer de las diversas actividades humanas que contenían mayor grado de  libertad, que las formas desublimadas de nuestros días.  


Asimismo, el empobrecimiento del Yo obedece a los cambios en los procesos de socialización de los individuos (Marcuse, 1974, p. 13), los cuales son efectuados por la sociedad de manera más inmediata y directa. Por ello, la labor de adaptación y sumisión del individuo a la sociedad se realiza en forma más inmediata y temprana, si se observa que ésta penetra en el individuo antes de su desarrollo como persona, de modo que los procesos de internalización de las normas y las prohibiciones comienzan en un tiempo en el que el Yo todavía no está formado completamente.

Igualmente, los medios de comunicación masiva y los aparatos técnicos de uso doméstico sustituyen la labor que la familia lleva a cabo en etapas de menor desarrollo material de la cultura. La pérdida de autoridad del padre con los procesos inmediatos de socialización se agudiza, según Marcuse, con las crisis de la empresa familiar de las capas medias de la población, en la medida en que los hijos ganan con la desaparición de aquella mayor independencia en la elección de sus profesiones, “búsqueda de empleo y formas de ganarse la vida” (14). A esta crisis de la función del padre y de la familia en el proceso de socialización, deberíamos agregar la inserción, cada vez mayor, de la mujer en el mercado laboral (algo que Marcuse no tiene en cuenta). 
Del pasaje reproducido, podemos inferir que Marcuse creía, con cierta preferencia, en la permanencia del conflicto entre individuo y sociedad; además,  considera la aparente armonía existente entre ellos en el capitalismo tardío. Armonía que es en realidad falsa, pues se sostiene sobre la base de un debilitamiento de las capacidades críticas y de la conciencia moral.

Cuáles son las limitaciones que la sociedad contemporánea le impone al individuo, según Marcuse? Intenta utilizar conceptos del psicoanálisis de Freud, aunque no es imprescindible hacerlo.

Cultura afirmativa y cultura de masas


Para avanzar en el análisis de las diferencias entre la cultura afirmativa y la cultura de masas, nos apoyaremos,  en los planteamientos expuestos por Herbert Marcuse, además, en los estudios de Theodor Adorno, otro miembro de la Escuela de Frankfurt5. El propósito es mostrar que, en comparación con la cultura afirmativa, la cultura de masas se vuelve mucho más funcional frente a los procesos de integración del individuo y la sociedad.

Así, desde Marcuse, se entiende por cultura afirmativa, aquella cultura esencialmente idealista, predominante durante los siglos XVIII y XIX. En dicha cultura los valores éticos, estéticos y religiosos constitutivos del ámbito espiritual humano se realizan sólo en las dimensiones internas del alma y de la interioridad humana, o  se mantienen como anhelos y aspiraciones sólo posibles en un más allá de este mundo. En esta cultura se separan los ideales del arte, la filosofía y la religión de la esfera del trabajo y  los negocios;  en esa separación los ideales se preservan como expresiones humanas más elevadas y dignas de los hombres y como parte de un orden diferente al mundo de los negocios y el trabajo. Aunque Marcuse considera que esta cultura afirmativa predominó en la sociedad burguesa durante los siglos XVIII y XIX,  no olvida que su origen teórico procede de los propios clásicos de la filosofía griega, quienes deslindaron el ámbito de lo necesario y funcional (asociado al mundo del esfuerzo y el sacrificio del trabajo) de la esfera de lo bello y verdadero (asociada al mundo del arte, la ciencia y la filosofía).

Ahora bien, por cultura de masas Adorno entiende la reproducción y difusión masiva (desde la segunda mitad del siglo XX) de diversas expresiones de la cultura occidental. Si en los siglos XVIII y XIX esos procesos de reproducción y difusión de la cultura se habían desarrollado a través de medios escritos como la prensa, los boletines, los folletos y los pasquines, siendo controlados en general por los grupos hegemónicos, pues esos medios no tenían en su distribución la capacidad de alcanzar a todos los grupos de la sociedad, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX los procesos de reproducción técnica incorporaron otros medios con capacidades masivas de difusión cultural como la radio y la televisión.

Estos acontecimientos conducen a formular el siguiente interrogante: ¿Qué importancia tendrían estos medios en los procesos de integración entre el individuo y la sociedad? La respuesta aparentemente obvia sería que los medios han cumplido desde sus inicios un papel decisivo en los procesos de difusión y reproducción ideológica. Como se puede ver en La ideología alemana de Marx señalaba  la importancia que tendría los medios de reproducción de la cultura para la conservación del poder de la respectiva clase dominante (Marx, 2008, p. 58). 

Por otra parte, la importancia de la escritura en los procesos de emancipación se confirmaba con lo expresado por un filósofo tan representativo de la época como Immanuel Kant, quien afirmaba que la única condición exigida para alcanzar la ilustración, es decir, para pensar por sí mismo sin la necesidad de un tutor o guía, era el uso público de la propia razón, en otras palabras, era el uso “que alguien hacía de ella en cuanto sabio ante la totalidad del público lector” (1986, p. 33). De acuerdo con esto,  Kant consideraba indispensable que las personas pudieran hacer uso de su propio entendimiento, que tuvieran la libertad de expresar sus puntos de vista sobre temas de interés para toda una comunidad; simultáneamente, que tuvieran acceso a las reflexiones producidas por los sabios en otros temas. Entonces, se tenía la confianza plena de que, junto a la lectura de los libros, periódicos y revistas, así como el acceso, en general, a la información, se iban a crear las condiciones propicias para garantizar la posibilidad de emancipación y liberación de los individuos de aquellos regímenes despóticos y autoritarios.

Adviértase que, La dialéctica de la ilustración de Adorno y Horkheimer, analiza las razones por las cuales la ciencia y la técnica  terminarían por cumplir unos fines distintos a aquellos para los que habían sido creadas; además,  muestra en su análisis, por qué las publicaciones de periódicos, revistas y folletines, ya no estaban orientadas a contribuir a un proceso de ilustración.

 Para Adorno y Horkheimer era claro que, en el siglo XX, la información divulgada a través de dichos medios no contribuía a configurar un orden basado más en la razón que en la fe religiosa; por esa razón, al no ser capaz de incidir en el derrumbe de los mitos y falsas creencias, tampoco ayudaba a la formación de un pensamiento crítico y autónomo. En contraste, se observa que  la producción y distribución en masa de revistas, periódicos y libros, actúa en contra de la capacidad del individuo para elaborar un proceso de reflexión y análisis sin la predeterminación de los medios de formación de la opinión al servicio de los intereses de los grupos sociales dominantes. 

Ahora bien, como el texto escrito era el medio característico de difusión de las ideas, en los siglos XVIII y XIX, la única vía de recepción era la lectura, todavía inaccesible, en la época, a un público mayoritariamente iletrado. En la medida en que los medios escritos son sustituidos por medios como la televisión; los discursos escritos de periódicos, revistas, folletos, folletines y pasquines terminan siendo reemplazados por el discurso oral y la capacidad de representación mental de lo leído por el contenido explícito de las imágenes, éstas logran penetrar, incluso, sobre aquel público que aun se sustraía de la lectura. Por ello, no parece posible que los individuos en la época actual puedan escapar a su poder, ni siquiera en los países subdesarrollados donde este tipo de aparatos de uso doméstico tienden cada vez más a disminuir sus costos.

Adorno sostiene que la radio, la televisión y la prensa están articuladas con la totalidad del sistema capitalista, al punto de considerarlas integradas, junto con el cine, en lo que denomina como las industrias culturales. Para Adorno la dependencia recíproca entre dichas industrias culturales, de otras formas de industrias como los textiles, el petróleo, la energía y las empresas de servicios públicos, hacen que en la sociedad industrial avanzada ya no se pueda presentar a la superestructura cultural como una esfera separada de la infraestructura económica (1967, p. 35). Pues si bien los objetivos principales de las industrias culturales pueden trascender al lucro, las ganancias y el interés que acompañan a las actividades productivas de otras industrias, ellas configuran toda una estructura técnica a través de la cual los grupos dominantes difunden y reproducen sus valores e ideales, sin que éstos se vean trastocados o amenazados por el público sobre el cual se divulgan.

Dicha ganancia, interés y lucro pueden estar subordinados a la ideología difundida a través de la industria cultural, porque las capacidades del sistema son de tal magnitud que pueden gastar gran cantidad de recursos en publicidad, derrochar en forma planificada y producir bienes y servicios improductivos y obsolescencias.

Para Adorno, el hiperconsumo de la información en las sociedades contemporáneas sería dentro de esa dialéctica de la ilustración contrario a los procesos de emancipación, de desarrollo de actitud analítica y reflexiva de los individuos. En ese sentido el establecimiento del pensamiento autónomo   La televisión, la radio y el Internet se convierten en las mediaciones entre lo que la industria capitalista produce y aquello que, supuestamente, los consumidores demandan; en esa mediación, los medios de comunicación, a través de la publicidad, estimulan, promueven e imponen hábitos de consumo, según evidencian las ganancias alcanzadas con esa publicidad; sin embargo, de la dependencia recíproca de esta industria cultural de estas otras industrias.   

 Marcuse afirma que la sola idea de que el individuo pudiera contenerse a su deseo de estar informado y entretenido puede ser considerada, por sí misma, como una idea de liberación catastrófica, pues la radio, la prensa y en especial la televisión, se han convertido en necesidades humanas de una importancia sólo comparables con las necesidades orgánicas. Marcuse anota:
La mera supresión de todo tipo de anuncios y adoctrinamiento de información y diversión sumergiría al individuo en un vacío traumático en el que tendría la oportunidad de sorprenderse y pensar, de conocerse a sí mismo y a su sociedad. […] Sin duda tal situación sería una pesadilla intolerable. Aunque la gente puede soportar la continua creación de armas nucleares, de lluvias radioactivas y comidas dudosas (por esta misma razón) no puede tolerar que se le prive de las diversiones y la educación que los hace capaces para reproducir las disposiciones para su defensa o su destrucción (1995, p 124).

Conclusión


Hemos sostenido que una característica de la cultura afirmativa fue el carácter idealista que adquirió tanto la producción como el gozo universal de la cultura.

Señalamos, en cambio, que la producción y el gozo de los bienes culturales por las grandes masas se habían convertido, dentro de la cultura de masas de los países desarrollados, en una posibilidad real. Sin embargo, el carácter más real de la universalidad de esta cultura de masas no indica que hoy tengamos más sociedad.

Como se pudo apreciar, el consumo masivo de  televisión, radio, telefonía celular e internet, la asistencia a escenarios deportivos, a los conciertos, a los centros comerciales no ha permitido ampliar y consolidar el tejido social; por el contrario, la afluencia de los individuos a esas industrias culturales y al consumo de sus productos, que aparecen ahora como las nuevas formas de identificación entre los hombres, como las nuevas formas de sociabilidad en la sociedad contemporánea, son causa y consecuencia de la crisis y disolución, aun mayor, de formas de sociabilidad.

Entre las que cabe destacar,
  • la disolución de programas e ideologías en los partidos políticos,
  • descomposición de los procesos de identificación en la familia,
  • atomización en el trabajo y la escuela,
  • disolución de las tradiciones y costumbres de los habitantes que hacen parte de un mismo contexto histórico-social.

Lo anterior conlleva a que las formas de “identificación” creadas por el consumo se encuentran cimentadas sobre bases superfluas y ficticias. En nada comparables con anteriores formas de identificación como las clases y la militancia política, así como con formas de sociabilidad resistentes a ser integradas y homogenizadas culturalmente como las llamadas minorías étnicas.


No hay nada en este sentido que pudiera asemejar el pensamiento de Adorno con el pensamiento de filósofos como Nietzsche y Ortega y Gasset, quienes veían en la masa la decadencia y disolución de los valores más elevados de la civilización (Ortega y Gasset, 1970). Por el contrario, Adorno nos advierte que en tal desprecio a las masas se ocultan, claramente, intenciones ideológicas, en las cuales, en lugar de permitirse captar las causas por las que la demagogia utilizada en los regímenes autoritarios puede cohesionar y manipular a una multitud de hombres, sirve como pretexto para que los hombres agrupados en masa sean objeto de tales controles (1969, p. 88). Como lo expresa Adorno: “Freud logra dilucidar más claramente que Le Bon los factores y condiciones por las que unos hombres renuncian a parte de su individualidad y se vinculan a una masa, cuando lo explica por factores psicológicos que cuando Le Bon lo hace a través de misteriosas cualidades inherentes a la masa, como la llamada “alma de la masa”” (89).

En concordancia con lo expuesto, el análisis realizado de los procesos de integración del individuo a la sociedad indica que la eficiencia de control y manipulación no está sujeta a la incorporación del individuo a una masa o agrupación. La misma noción de cultura de masas puede ser equívoca si se toma sólo como la difusión de la actividad cultural en espacios masivos o colectivos. Así, la televisión, la radio y el internet prueban que los medios masivos pueden difundir su publicidad en espacios privados, conservando su carácter accesible a las masas. Hoy podemos decir que, más que antes, los hombres nunca estuvieron tan cercanos y concentrados en un mismo espacio, como en los centros comerciales y los sistemas de transporte masivo de todo el mundo, así como ahora existe la posibilidad de estar al mismo tiempo tan atomizados, dispersos y despolitizados en la “sociedad”. Según esta observación, se puede decir que la crisis de representación en nuestra sociedad, los límites de los referentes constituyentes de identidad y creadores de comunidad, como la religión, los partidos políticos y las organizaciones sociales, en vez de acabar con la cultura de masas, terminan, en realidad, fortaleciéndola. Ahora, el consumo parece remplazar la función de creación de identidad y de sociabilidad cumplida, en otras épocas, por las costumbres, las tradiciones, las ideas políticas, o la pertenencia a una comunidad.

Esta última forma de identidad y sociabilidad basada en el consumo, tendría actualmente mayores posibilidades de universalización con las capacidades de comunicación ofrecidas a través del internet, la telefonía celular y la televisión. Posibilidades que en el caso de la mayoría de las denominadas redes sociales en el Internet se manifiestan, sobre todo, con la superficialidad y banalidad de sus contenidos 

Explica qué función cumple, según Marcuse y también según Adorno, la cultura en la sociedad capitalista


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