Unidad 1. Material complementario La interpretación schmittiana de Hobbes de Matías SIRCZUK.

Para comprender mejor y conocer el alcance del pensamiento de Hobbes agrego como lectura partes del artículo

La interpretación schmittiana de Hobbes de  Matías SIRCZUK.

schmittiana se refiere a Carl Schmitt,que  es un pensador muy controvertido del S XX, cuya interpretación e incorporación de la filosofía de Hobbes han sido influyentes y tomadas en cuenta por otros pensadores. De esta manera echamos un primer  vistazo en el pensamiento contemporáneo.


Así, constataremos que si por un lado Schmitt considera que Hobbes es el pensador
decisionista por excelencia, y es el pensador que enfrentado a la situación de
las guerras civiles religiosas inventó la forma política moderna, esto es, el Estado,
veremos que Schmitt entiende que Hobbes es también, y tal vez por esto mismo,
quien da el paso decisivo hacia la secularización y quien completa la reforma.
Nuestro trabajo se concentrará entonces en la lectura schmittiana de Hobbes,
en particular, en la lectura que Schmitt nos ofrece en el texto de 1938 Der
Leviathan in der Staatlehre des Thomas Hobbes. Sinn und Fehlschlag eines politischen.

El sentido múltiple de un símbolo político
El Leviatán, sostiene Schmitt en el texto al que aludimos, aparece en la obra de
Hobbes bajo una cuádruple representación mítica: Gran Hombre, Gran Máquina,
Gran Animal y Dios Mortal. Esta cuádruple figura asoma en el libro de Hobbes
de una manera progresiva: así, recuerda Schmitt, si en la portada el Leviatán aparece
como un gran hombre, en las primeras páginas del libro esta imagen se combina
con la representación del Leviatán como un gran animal y, también, como
una gran máquina fabricada por el artificio humano. Luego, en el capítulo XVII,
esta figura emergerá ya vinculada a la construcción del Estado: allí, el Leviatán es
presentado como el Dios mortal que por medio del terror que su poder inspira
obliga a todos a vivir en paz. Así se manifiestan ya los cuatro elementos que Hobbes
combina para representar al Estado. No obstante, sostiene Schmitt, aún resta
la tercera aparición de esta figura en la obra de Hobbes que completará definitivamente la representación mítica del Estado como Leviatán: en el capítulo
XXVIII, el titular del poder supremo es comparado con el Leviatán porque “ningún
poder de la tierra puede compararse a él”. El Leviatán es así presentado por
Hobbes como aquel que en tanto titular de la soberanía tiene íntegramente en su
mano el poder terrenal supremo para —por medio del terror que su poder inspira—
conducir las voluntades de todos hacia la pazBehemoth, el nombre con el
que Hobbes denomina a la anarquía, se enfrenta al Leviatán, fuente de paz y
orden. En la obra de Hobbes, entonces, la apelación al Leviatán opera como la
apelación al mayor poder sobre la tierra, cuya superior fuerza mantiene a raya a
los menos fuertes. Pero al mismo tiempo que es presentado como el mayor poder
En la lectura que Schmitt ofrece de la generación del Estado en Hobbes nos
reencontramos con los individuos muertos de miedo del estado de naturaleza,
quienes, asistidos por la razón, hacen surgir súbitamente al Estado. Pero esta interpretación del origen del Estado como resultado de un pacto entre individuos resulta,
para Schmitt, necesariamente insatisfactoria: el carácter divino del Dios mortal
con el que Hobbes unge al soberano no radica en su origen o en su función de
mediador o representante del Dios inmortal; radica en su capacidad de crear la paz
terrena, esto es —en analogía con el Dios inmortal— en su disposición de un
poder suficiente para crear, ex nihilo, el orden. Dios es para Hobbes esencialmente
poder. Pero un poder así, entiende Schmitt, no puede derivar de un contrato
entre individuos; ni tampoco puede un contrato entre individuos atomizados, liberados
de sus lazos comunitarios y muertos de miedo, producir el Estado11.
Hasta aquí podemos afirmar que, a ojos de Schmitt, coexistirían en Hobbes dos
concepciones distintas sobre el Estado incapaces de armonizarse entre sí: la primera
de ellas refiere a la imagen mítica que combina Dios, Hombre, Máquina y Animal;
la segunda, a la construcción jurídica del contrato que explica el surgimiento de la
persona soberana por medio de la representación. Pero debemos recordar que existe
también, según Schmitt, una tercera concepción del Estado que, como veremos
ahora, refiere a la transferencia de la idea cartesiana del hombre (como mecanismo
dotado de alma) al Estado, al que Hobbes convierte en una máquina animada por la
persona representativa soberana. A las tensiones que surgen a partir de la contraposición entre los elementos individualistas y los elementos estatalistas presentes en la teoría del Estado hobbesiana, debemos sumar ahora las tensiones que surgen a partir de la contraposición del elemento personalista con el elemento mecanicista.

En efecto: presentado por Hobbes como el resultado del artificio humano, el
Dios mortal, sostiene Schmitt, es el primer producto de la técnica moderna. De
esta manera, el Leviatán es también concebido como una gran máquina, como un
mecanismo orientado a garantizar la seguridad física de los individuos que, movidos
por el miedo del estado de naturaleza, crearon un artificio capaz de sacarlos
de dicha situación. El Estado, como producto de la razón y la inteligencia humanas,
como máquina animada por la persona representativa, es el primer producto
de la era técnica; como tal, supone una decisión metafísica ya tomada en la que el
Estado-Máquina irá fagocitando progresivamente al Estado-Dios mortal y en la
que el elemento político personal caerá vencido frente al elemento técnico12.
Hemos recordado hasta aquí, de manera sucinta, la forma en la que Schmitt
presenta la coexistencia de diferentes elementos (míticos, individualistas y mecanicistas)
en la concepción del Estado hobbesiano. A continuación, intentaremos
mostrar cómo la combinación desequilibrada de estos elementos conducirá a
transformar —según la mirada de Schmitt— al Dios mortal conjurado por Hobbes
primero en un mecanismo artificial al servicio de la seguridad de los individuos
y, después, en un mecanismo disponible para ser conquistado por todo tipo
de poderes sociales, incluso de aquellos que amenazan a estos mismos individuos.
Ahora bien, como iremos presentando en los párrafos que siguen, el análisis
de la progresiva mecanización del Estado leviatánico va a enfrentarnos a una
situación paradójica: para Schmitt, la solución hobbesiana será, simultáneamen-
la condición de posibilidad de la estatalidad moderna y, a su vez, la condición
de posibilidad de su destrucción.

Origen y fracaso de un símbolo político

¿Cuál es la operación mediante la cual Hobbes pretende neutralizar el conflicto
desatado por las guerras civiles religiosas?; ¿por qué entiende Schmitt que esta
operación crea el Estado moderno y, a la vez, posibilita su destrucción? En este
segundo apartado de la lectura schmittiana de Hobbes nos ocuparemos de rastrear
la manera en que, a ojos de Schmitt, la formulación hobbesiana del Estado
moderno es corrompida internamente por la coexistencia en ella de los elementos
contradictorios que recién recordábamos. Veamos entonces de qué manera
Schmitt describe este proceso.

Hobbes, sostendrá Schmitt, desplaza a la verdad religiosa como fuente de
legitimidad de la Ley para poner en su lugar a la autoridad del Soberano. Habiendo
descubierto en la apelación a la verdad la causa de la guerra civil y en la neutralización
de dicha verdad la condición de posibilidad de la paz, Hobbes habría
entendido que la única solución a la lucha encarnizada de los teólogos consistía
en eliminar las disputas confesionales en torno a la verdad pacificando así el
espacio político. La máxima Sed auctoritas, non veritas, facit legem contenida en
la figura del soberano absoluto, expresará el punto de coincidencia conflictivo
entre autoridad y poder de tal manera que, a partir de Hobbes, no será posible distinguir
ya entre summa auctoritas summa potestas . Auctoritas non veritas significa
—para Hobbes y desde entonces— que la verdad religiosa debe ser transformada
en problema de opinión, específicamente en problema de opinión privada,
y significa también que la tolerancia religiosa (al menos para los individuos
en su ámbito restringido) es la condición de posibilidad de la paz .

Esta transformación de la fuente de la ley es la que, desarrollada, va a llevar
a la comprensión de la legalidad como única fuente de legitimidad, esto es,
al positivismo jurídico y a la comprensión del Estado como una máquina neutral
productora de leyes. Pero ¿está la deriva de la legitimidad en legalidad contenida
necesariamente en el problema inicial? En su origen el problema por resolver
era de otro tipo: los hombres se mataban entre sí porque se apelaba a elementos
extra-políticos. Y la forma de reconducirlos a la paz inventada por Hobbes fue
reducir al mínimo posible todo derecho de resistencia, esto es, toda apelación a
un derecho por encima del derecho estatal. El Estado, en tanto artificio humano,
pone freno a la guerra civil; lo que no pone término a la guerra civil no es un
Estado sino estado de naturaleza. Esta expulsión del ámbito político de la posibilidad
de apelar de manera incontrastable a la verdad o a la justicia es la condición
de posibilidad de la estatalidad moderna. Ahora bien, ¿cómo entiende
Schmitt que Hobbes realiza dicha operación?; ¿era ineludible sucumbir, mediante
ella, a la neutralización total?

Recordemos el argumento schmittiano: la reducción a la unidad de los dos
poderes (espiritual y terrenal o religioso y político) concretada por Hobbes supone
que el poder soberano decide —y en esto radica el fundamento de la soberanía—
sobre los milagros. Enfrentado a la situación de las guerras civiles religiosas,
Hobbes resuelve el problema de los milagros a la manera del agnosticismo:
nadie puede saber con certeza si un hecho es o no milagroso. Pero fiel a su decisionismo, sostiene también Schmitt, Hobbes reduce el milagro a la voluntad del
representante soberano: “cada soberano decide inapelablemente dentro de su
propio Estado lo que es milagro”. El Estado como razón pública decide lo que
es milagro; aquí, dice Schmitt, la creación de Hobbes alcanza su mayor fuerza.
Pero también es aquí donde Hobbes introduce el punto vulnerable de la unidad
política: los individuos obligados a reconocer como milagro aquello que el soberano
dictamina como tal no están, en conciencia, obligados a creer en ello.
Será a partir de esta distinción entre lo público y lo privado, sostiene
Schmitt, que se derivarán en el curso de los siglos posteriores el Estado de derecho
y el Estado constitucional liberal. El liberalismo es heredero del agnosticismo:
es precisamente así como se origina el Estado moderno neutral, esto es, el
Estado como un poder externo sin capacidad de intervención en la esfera privada,
incapacidad justificada por la incognoscibilidad de la verdad sustancial.

Sea como fuere, lo importante, entiende Schmitt, es que el germen que
pusiera Hobbes distinguiendo la fe íntima de la confesión externa se convertiría
en el siglo siguiente en la convicción dominante. Esta distinción, una vez admitida,
tendrá como resultado definitivo el cuestionamiento de la autoridad política,
la reapertura del conflicto y el quebrantamiento de aquella unidad originaria
que Hobbes pretendió instaurar. Siguiendo entonces el texto, parece razonable
entender que, a ojos de Schmitt, la distinción entre foro interno y foro externo
introdujo el germen letal que terminó destruyendo al Dios mortal (primera muerte
del Leviatán). Volveremos sobre esto enseguida.

La distinción entre foro interno y foro externo como contraparte de la máxima
auctoritas non veritas minó entonces, según esta primera lectura, las bases del
Estado en tanto persona representativa o en tanto Dios mortal. Simultáneamente,
debilitado en tanto Dios mortalel Estado como máquina, como instrumento técnico
capaz de brindar protección a cambio de obediencia sobrevivió transformándose
en el siglo diecinueve en Estado legal y en un sistema positivista en el que
coinciden legalidad y legitimidad. Lo que en Hobbes era producto de la necesidad

(neutralizar la verdad como fuente de la ley, hacer coincidir poder y autoridad
en la figura del soberano, a la ley con su voluntad, etc.) se transforma en el
siglo diecinueve en mecanismo impersonal de generación de leyes, de una legalidad
sin ninguna fuente de legitimidad distinta a la de su propia producción de
leyes.

 Una vez más, es el propio Hobbes el que, neutralizando la verdad y depositándola
en la voluntad del soberano, sienta las bases para la creación del Estado
de derecho tal como es entendido por el positivismo jurídico del siglo diecinueve;
y es este Estado neutral el que finalmente será asaltado por los poderes indirectos
de la sociedad, quienes, utilizando el marco legal para acceder al poder, destruyen
por segunda vez al Dios mortal. Así, sostiene Schmitt,

[L]os antiguos adversarios [del Estado], los poderes “indirectos” de la Iglesia
y de las organizaciones de intereses, vuelven a entrar en escena transfigurados, como partidos políticos, sindicatos, asociaciones sociales; en una palabra, como
“poderes de la sociedad”. A través del Parlamento lograron apoderarse de la legislación y del Estado legal y hasta pudieron llegar a creer que habían conseguido
enganchar al Leviatán a su carruaje. La cosa no les fue difícil gracias a un sistema
constitucional, cuyo esquema consistía en un catálogo de las libertades individuales.
La pretendida esfera privada libre, garantizada de esta suerte, fue sustraída al
Estado y entregada a los poderes “libres”, es decir, incontrolados e invisibles, de la
“sociedad”…El dualismo Estado y Sociedad se convirtió en un pluralismo social,
propicio al triunfo fácil de los poderes indirectos…Las instituciones y los conceptos
del liberalismo sobre los que el Estado legal positivista se asentaba, se convirtieron
en armas y posiciones fuertes de poderes genuinamente antiliberales. El pluralismo
de los partidos llevó a su perfección el método de destrucción del Estado
propio del Estado liberal. El Leviatán, como mito del Estado “máquina magna”, se
quiebra por obra de la distinción entre el Estado y la libertad individual, en una
época en que las organizaciones de esa libertad individual no eran sino cuchillos
con los que las fuerzas antiindividualistas descuartizaban al Leviatán y se repartían
entre sí su carne. Así fue como el Dios mortal murió por segunda vez”

Tal es, entonces, el recorrido que nos describe Schmitt del sentido y del fracaso
del mito que conjurara Hobbes.

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